23-F

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Mucho ha llovido ya desde aquella fecha, a finales de febrero de 1981, en la que un teniente coronel uniformado con bigote y tricornio se plantaba en la tribuna del Congreso de los Diputados  pistola en mano,  al grito de  “!!Quieto todo el mundo!! para enmudecer las calles e instalar el miedo.

A las 6 y 25 de la tarde de aquel 23 de febrero, la resonancia de las palabras de los oradores parlamentarios  se interrumpía de golpe ante el feroz sonido del plomo explotando en una pistola. En apenas unos segundos, la actitud política existente en la sala mudaba de golpe por la autoridad de un arma de fuego que transformaba un espacio de debate y de retórica en un campo de prácticas de tiro.

Un teniente coronel convertido en Dios había declarado finalizado el turno de las intervenciones parlamentaria apretando el gatillo hasta en cuarenta ocasiones para imponer un  silencio mortal  en el hemiciclo.

Los colores oscuros y grises de la vestimenta política dejaron paso en el centro del arco parlamentario al verde y al pardo militar de los golpistas mientras el ejecutivo, olvidando el honor y la dignidad que tiene el poder de la palabra, se escondía debajo de sus bancadas para mirar a hurtadillas como el invasor avanzaba con “brazo firme” a reclamar el poder político.

La oscuridad y el silencio se habían apoderado del país. El recuerdo cercano de casi cuarenta años de dictadura estaba presente y el país aguantaba la respiración.  La frágil estructura democrática “pendía de un hilo” y  los movimientos tenían que ser calculados.

Cobertura de RNE del asalto al Congreso 23-F

Treinta y cinco años han pasado ya de aquella interminable noche de febrero del 81 y aun así nuestro recuerdo permanece inalterable.

Ante aquella escena, la sociedad civil y sus todavía iniciales estructuras mediáticas y ejecutivas levantaban la voz para silenciar el poder de la barbarie absolutista y se erigían como iconos de un mundo libre. Ante el silencio y el temblor de la incertidumbre, algunos medios de comunicación como “RTVE” en sus emisiones por televisión y radiofónicas, “El PAÍS” o “Diario 16” asumieron su función y enarbolaron una bandera a favor de la soberanía del pueblo, estandarte que fue poco a poco pasándose de mano en mano para terminar siendo una marea, y una luz en la oscuridad.

Si la negrura de la noche  había instaurado el miedo y el pavor a una España que empezaba a dar sus primeros pasos, la luz del día despejaba los fantasmas  y renovaba  la fuerza y la energía para iniciar el camino de la democracia.

En pleno silencio y quietud, con una población demandando todo tipo de información sobre el golpe,  la obligación de los medios de llenar las calles de contenido informativo e ideológico se hacía trascendental y era la única opción posible.

 “EL PAÍS” sacaba su edición, no sin dudas ni vacilaciones,  para que unas horas después un público voraz y falto de información  devorase cada letra y cada punto escrito en aquel puñado de páginas. “RNE” narraba lo que acontecía  y aportaba la inmediatez de “la última hora”, y  “TVE” transmitía la declaración de un rey que renacía como símbolo y que se erigía en el verdadero estandarte de unión y de paz del pueblo español.

La pluma y el papel de los editoriales en los medios escritos, así como la calidez de la voz en las ondas insuflaron ánimo a los detractores del golpe y desestabilizaron  a quienes deseaban volver al franquismo. Estos contenidos posicionados totalmente en defensa de la Constitución sirvieron para cristalizar una idea de resistencia en el seno de la opinión pública, y conformaron una idea de que el tiempo del absolutismo había concluido.

Vestíbulo del Hotel Palace la noche del 23-F
Vestíbulo del Hotel Palace la noche del 23-F

El final de la historia lo conocemos todos. El golpe no triunfó y su derrota precipito la consumación de un ciclo marcado por la autoridad y el absolutismo franquista.

La democracia había dado un golpe encima de la mesa y había terminado de una vez  con las posibilidades de un nuevo reordenamiento militar que estaban todavía presentes en multitud de círculos de poder afines al “bunker franquista”

Las libertades civiles y los derechos sociales negados durante mucho tiempo recibían por fin el “espaldarazo definitivo” para convertirse en una nueva realidad que finalmente se establecía aquel 23 de febrero gracias al fracaso de aquel golpe de estado tan mal articulado.

El mensaje era muy claro. El tiempo de los absolutismos, dictaduras e imposiciones políticas ha terminado. Se inicia una época de libertad y de derechos para la ciudadanía.  

Empezaba ya por fin con paso firme,  un sistema democrático, sin todavía saber con exactitud qué es lo que pasó aquel día, quién había preparado aquel golpe y qué había realmente detrás de las intenciones de aquellos militares.

El derecho de manifestación empezaba a ser una realidad
El derecho de manifestación empezaba a ser una realidad

Durante años se ha especulado sobre el frustrado golpe de Tejero y multitud son las incógnitas que quedan “en el aire” y que pertenecen a secretos de estado.  Sin embargo, lo que es una realidad,  es que aquel día se cerró un ciclo y se inició otro marcado por muchos de los iconos y referentes que aquel día velaron por la libertad de expresión y que  se erigieron como referentes éticos en un país de progreso y de libertad. Esta condición ha permanecido inalterable durante décadas en el imaginario colectivo, sin embargo cabe preguntarse si el mismo “EL PAÍS” que defendió a “capa y espada” la Constitución durante el golpe del 23-F, es el mismo que el que nos desinformó hace unos años en los atentados de Atocha, o el que ahora utiliza todos los medios del grupo Prisa para tapar las conexiones de su director con los papeles de Panamá.

Portada de
Portada de “EL PAÍS” EL 11-M

Juan Luis Cebrián, el  “integro” periodista que explicaba (…) “la única manera de resistirnos ante la barbarie era cumplir con nuestra obligación profesional”, ha utilizado la profesión a su antojo para ganar batallas personales, gracias a entregar la opinión del periódico más prestigioso del país a un partido político. Ligándose a los intereses de éste, se ha enriquecido de forma más que dudosa a través de paraísos fiscales.Se ha hartado de demonizar el periodismo online que amenazaba su Status Quo y ha coartado la libertad de expresión de muchos de los colaboradores que trabajaban con él, simplemente  porque pensaban de forma distinta a sus intereses.  

Quizás el espacio que llenó en su día “EL PAÍS” hace falta resucitarlo a día de hoy con un periodismo menos ligado a los intereses del poder y con símbolos más cercanos a los intereses de la gente y de las instituciones.

La crítica con el poder establecido,  la defensa de la verdad y de la justicia,  y una inquebrantable voluntad ética deberían de ser los verdaderos motivos que nos impulsen a coger una pluma o un ordenador como forma de iniciar un camino.  

Tan difícil de encontrar y tan poco valorado, el buen periodismo necesita de una vida entera para poder ser juzgado. Si bien Cebrián en su día tuvo buenas capacidades e intenciones para desarrollar su carrera profesional, el paso del tiempo ha ido desviándolo de ese camino que sólo se atreven a continuar los más grandes.

Juan Luis Cebrián en una entrevista para “El Confidencial”
Juan Luis Cebrián en una entrevista para “El Confidencial”