Puntada a puntada, la slow fashion

De la modista que confeccionaba la ropa se ha pasado a la fabricación en masa. Actualmente, los datos que rodean la industria textil, como los 7.000 litros de agua que cuesta elaborar un pantalón vaquero o los ríos de colores que hay en China, la convierten en una de las más contaminantes en todo el mundo. A pesar de ello, hay pequeños fabricantes provenientes de la industria local que han tenido que deconstruirse y adaptarse a la slow fashion, una nueva forma de producción que consiste en volver a esa moda lenta y sostenible que encarnan las modistas de toda la vida.

                                        Singer de principios del siglo XX
                                        Singer de principios del siglo XX

En una calle céntrica de Valladolid se encuentra un taller dirigido por dos mujeres, madre e hija. Ambas llevan cosiendo desde que tienen conciencia y el fruto de su esfuerzo está almacenado en su atelier.

El edificio antiguo te transporta a los viejos caserones de principios del siglo XX. La escalera cruje cuando subes los peldaños.  Al llegar arriba la música de la radio se cuela por la puerta entreabierta, está sonando la Oreja de Van Gogh. Una enorme mesa te recibe llena de metros, reglas, patrones a medio hacer y una docena de encargos ya elaborados. A mano izquierda una Singer antigua te da la bienvenida a que aún siguen elaborando prendas que pasarán a formar parte de la vida de las personas. Al fondo,  una habitación blanca guarda miles de bocetos y de figurines archivados en carpetas. Allí, estudiantes de todas las edades aprenden el arte de la costura y la confección. A mano derecha el estudio, donde nace la creatividad. Más adelante, el probador-vestidor, donde puedes soñar despierta y elegir entre cientos de telas qué es lo que quieres que te confeccionen. Bienvenidos al Centro de Moda Cánovas.

Aprendió de los mejores, abrió su primer taller en Santander y, más tarde, en Valladolid, concretamente en el barrio de Las Delicias. Estudió en Barcelona con profesionales de la talla de Pedro Rodríguez, diseñador y amigo personal de Cristóbal Balenciaga, y Margarita Nuez, importante figura de la moda del siglo XX. “Mientras que en Castilla te enseñaban que lo más importante en una prenda eran los remates, en Barcelona aprendías que el estilo era lo esencial. Es en este aspecto donde tenían más sentido de la estética”, dice Elvira San Juan, modista con más de sesenta años de experiencia en el sector textil.

Elvira San Juan, modista, en su taller
Elvira San Juan, modista, en su taller

En el patronaje se halla la base de toda prenda que quieras confeccionar, pues una buena guía te libra de algo que falle como puede ser la calidad del tejido. Empresas como Zara comenzaron con un patronaje muy elemental y ahora crean diseños a la altura de las firmas más reconocidas. Así lo cuenta Mª Campo García San Juan, modista e hija de Elvira San Juan: “las grandes fábricas antes se dedicaban a coger una chaqueta de una marca de renombre, como Chanel, y fusilarla. ¿Qué mejor patrón que ese? Ahora, esta técnica no se da tanto porque tienen profesionales muy preparados trabajando para ellos”.

La historia de este oficio ha cambiado con el paso del tiempo, se ha reinventado. Antaño la gente siempre iba a la modista para encargar una prenda debido a que apenas existían comercios de ropa. Ahora es más habitual que lo hecho a medida sea para una ocasión especial como una boda. Aunque madre e hija cuentan que quienes están acostumbrados a llevar piezas artesanales no pueden dejar de hacerlo. De esta forma, la slow fashion entreteje de nuevo el panorama social.

“No puedes comparar a la industria con algo tan artesanal. Nuestro trabajo es único”

En este aspecto, ambas reconocen que su trabajo, a pesar de competir con las grandes empresas textiles, sí que tiene futuro: “No puedes comparar a la industria con algo que es tan manual, tan artesanal, tan personalizado. Aquí vienen y eligen desde la tela hasta el corte. Te piden consejos, haces bocetos. Es algo más delicado, no es ir a una tienda cualquiera y comprarte algo que lo tiene todo el mundo. Nuestro trabajo es único”.

En el caso de Elvira y Campo la profesión se ha ido transmitiendo de generación en generación. “Es algo que vives desde chiquitina. He crecido viendo cómo mi madre nos confeccionaba la ropa a mis hermanos y a mí. Es así como yo empecé a practicar con mis muñecas y, como siempre me ha gustado la creatividad y el arte, decidí aprender aquí, en la escuela”, cuenta Campo.

Cuando Elvira San Juan volvió de estudiar de Barcelona se lanzó a abrir en el taller una escuela, donde ella misma dio clases.

Mª Campo García San Juan y Elvira San Juan, modistas

La ropa a medida en la actualidad no tiene la misma popularidad que cuando Elvira creó su negocio. La entrada en el nuevo siglo y la implantación de las grandes industrias en el país aceleró todo el proceso de fabricación de una prenda. La implantación y posterior desarrollo de Inditex fue el detonante del cambio.

Durante casi todo el siglo XX en España se desarrolló la ‘Edad de Oro de la alta costura’. Este fenómeno se produjo a escala mundial y estableció su centro en París, pero en España también aparecieron diseñadores de renombre que alcanzaron un gran éxito a nivel internacional. Las principales ciudades españolas en las que se desarrolló la Alta Costura fueron Barcelona, Madrid y San Sebastián. En ellas se formaron grandes modistos como Cristóbal Balenciaga, Ana de Pombo o el ya citado Pedro Rodríguez.

A partir de la década de los setenta se empezó a fraguar en Madrid el movimiento liberal conocido como ‘La Movida Madrileña’. Gracias a esta nueva corriente y a la libertad que ofrecía la Transición, la moda española vivió un gran progreso. Aparecieron flamantes estilos y se impulsó una nueva corriente: el prêt à porter y con ella llegó lo que ahora se conoce como fast fashion.

Frente a este consumo acelerado, las modistas y los modistos siguieron con su oficio y aunque creaban prendas únicas, hechas a mano y de calidad, poco a poco perdieron clientes y tuvieron que cerrar sus talleres de confección. Aun así, hubo muchos que sobrevivieron como Elvira San Juan o como la familia de Ernesto Terrón.

Ernesto, diseñador de moda nupcial, creció entre dedales, hilos y cientos de telas mientras veía cómo su madre y su tía seguían con la tradición familiar que su abuela había iniciado en los años cuarenta. Ella, fundó la primera tienda de vestidos de novia de Valladolid y ahora él ha tomado el testigo.

Desde su firma promueve la importancia de la modistería. “Luchamos día a día para que haya un relevo generacional de un oficio que no queremos que se pierda. Por eso yo trabajo con gente joven en mi taller”, cuenta Ernesto. Además, desde 2016 apuesta por la creación de moda sostenible y comprometida con el medioambiente.

Pero no solo se queda ahí, también colaboró con WWF y con Plan Internacional con el fin de concienciar al consumidor. Para ello, destinaba una parte del precio de sus diseños a una de estas dos ONG. La organización a la que se dirigiese el donativo dependía de la elección del cliente. “Para nosotros era muy importante hacer esa donación porque pensábamos que podíamos aportar algo más a la sociedad y enseñar al público que teníamos un sentimiento y que éramos algo más que una firma de moda”, dice Ernesto.

Ernesto Terrón, diseñador especialista en moda nupcial

La slow fashion se ha implantado de nuevo ya que son muchas las propuestas que han surgido sobre moda sostenible en los últimos años. Cada vez más empresas – ecofriendlys – apuestan por cambiar su modelo de negocio para estar comprometidos con el medio ambiente, reducir sus niveles de contaminación y volver a hacer ropa de calidad y de forma más artesanal.

Una de las empresas que está despuntando dentro de este ámbito es la gallega Latitude, cuya filosofía es apoyar la industria local y luchar contra la deslocalización con la que juegan las grandes cadenas textiles. Un artículo publicado en El País la califica como moda “sostenible y responsable, de proximidad, con salarios justos, condiciones laborales adecuadas y respetuosas con el medio ambiente”.

Perchas de Caléndula
Perchas de Caléndula

En Valladolid no hay proyectos de esta escala, sin embargo, sí que se pueden encontrar tiendas como Caléndula. Este comercio busca que sus productos se diferencien del resto por su originalidad. Además, intenta luchar contra la deslocalización con la compra de manufacturas tanto en Europa como en España, de hecho, algunos de los artículos elaborados a mano son los bolsos que importa de Cataluña. “La moda cada vez es más rápida. Es como si todo el mundo se cansara de todo”, dice Susana Domínguez, fundadora de la tienda.

Pero no solo empresas como esta son las que se abren paso y apuestan por este modelo equilibrado, existen más iniciativas de esta índole como es el caso del Post Industrial Fashion Show, un desfile que apuesta por la ropa sostenible y deja atrás la industria textil para crear diseños innovadores que atiendan a los nuevos cánones de belleza.

En la pasarela se pueden ver las últimas creaciones en boga: ropa hecha con impresoras 3D, nuevos modelos y estilos, etc., pero también se muestra ropa reciclada.

Dentro del universo ecofriendly destaca otra iniciativa: la ropa de segunda mano. No significa solo que la gente ahorre dinero, sino que contribuye a no contaminar más el medioambiente. La idea de poder reutilizar prendas que ya han tenido otra vida se ha convertido en la gran pasión de las generaciones más concienciadas con la naturaleza. Cuando viajan ya no buscan restaurantes donde comer, sino tiendas donde se vende ropa usada y al peso, como si fuese una carnicería. Es, sobre todo, en las grandes ciudades donde siempre aparecen lugares recónditos donde encontrar todo tipo de tesoros. No es slow fashion, pero es sostenible.

“No todos conocen los secretos de los trajes de flamenca”

Este es el caso de la diseñadora de moda flamenca Inmaculada Ruiz del Valle Ros, que cuenta con una pequeña tienda-taller donde, aparte de confeccionar y vender sus creaciones, deshace algunos trajes antiguos para darlos otra oportunidad.

Fundó su tienda ‘Maku Ruiz’ en 2008 con el fin de elaborar todo tipo de prendas, pero el paso del tiempo y sus raíces andaluzas la llevaron a realizar piezas únicas. Sobre ellas confiesa que, “no todo el mundo, aunque se dedique a la confección de vestidos de flamenca, conoce todos los secretos que esconde”.

Después de impulsar su negocio y sus productos artesanales durante diez años, su marca empieza a ser competitiva con respecto a otras ciudades ya que es “la única persona que manufactura y que produce, el resto de mercados de la zona compran y venden”, afirma Inmaculada. Por eso, cree que “hace falta más gente con ideas innovadoras que compitan en el mercado textil”. Este es el problema que ella encuentra en la industria de Castilla y León.

Inmaculada Ruiz del Valle Ros, modista especialista en moda flamenca

La deslocalización que se llevó a cabo durante los primeros años del siglo XXI, con el fin de conseguir mano de obra más barata, provocó una fuerte crisis en el sector textil. Es así como las pequeñas empresas dejaron de vender sus productos a las grandes corporaciones que ya fabricaban en masa. Esto afectó sobre todo a empresas de carácter local.

Castilla y León era una de las comunidades más relevantes dentro del sector ya que contaba con un gran número de fábricas, pero la deslocalización hizo que la gran mayoría cerraran. El municipio salmantino de Béjar era una de las zonas de mayor producción de ropa. Vivió su época de máximo esplendor en los años sesenta. Actualmente, la multitud de manufacturas de este pueblo están inactivas debido a esta fuerte crisis, pero gracias a este pasado, que ofrecía trabajo a más de 5.000 empleados, se creó en 2016 ‘La ruta de las fábricas textiles de Béjar’.

Además, es en este mismo año cuando la comunidad castellanoleonesa vive un incremento en el sector de la moda, pues, según publicó el ABC, en noviembre de 2016 Castilla y León generó un volumen de negocio de 264 millones de euros. De hecho, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), un 14,6 % del total de las ventas corresponde a ropa y calzado.

Asimismo, en cada edición, la Pasarela de la Moda de Burgos muestra cuáles son las tendencias de la comunidad, lo cual influye en el panorama nacional. Este es el caso de los diseñadores vallisoletanos Pablo Merino y Mayaya Cebrián que se dedican a confeccionar sombreros y tocados, los cuáles, en más de una ocasión, ha portado la Reina Letizia. “La moda está en constante cambio y debe renovarse todo el rato”, es lo que dijo Pablo Merino en la conferencia­ ‘La moda y el mundo empresarial’ ofrecida en la Facultad de Comercio de la Universidad de Valladolid en noviembre de 2018.

“La moda está en constante cambio y debe renovarse todo el rato”

Pero en esa renovación de la moda existe una nota discordante: la ropa contamina. La fast fashion constituye uno de los grandes enemigos del medioambiente. La gente tiene por costumbre cambiar de armario cada dos semanas y tirar todo aquello que está desfasado. Sin embargo, son las cadenas textiles quienes inducen a pensar de esta manera.

Precios económicos debido al ansiado low cost, la posibilidad de que llegue a casa y el “si no estás conforme te devolvemos el dinero”, son fórmulas que no fallan. Si antes, la modista del pueblo elaboraba la ropa, ahora es Zara o H&M quienes marcan las tendencias y deciden los gustos de la gente. No obstante, lo que se esconde detrás es más oscuro.

Datos extraídos de “The fashion industry in numbers”, un documento del UNECE 

Según un artículo publicado por la revista XL Semanal, la industria textil vende al año más de 80.000 millones de prendas y constituye el segundo sector más contaminante del planeta después de la industria petrolera, pues un 20% de los tóxicos vertidos al mar provienen de las prendas que se confeccionan.

¿Cómo es posible que a las grandes industrias les salga tan barato manufacturar? La producción se abarata con la externalización y la deslocalización de esa fabricación, es decir, se lleva fuera, se saca al mercado mayorista y se vende al mejor postor. Llega un momento en el que ya no hay transparencia, pues para que la gente compre low cost hay alguien que está pagando con su trabajo mal remunerado el resto del precio que cuesta generar una prenda de ropa.  Es lo que dice la periodista Paloma García en su charla TED sobre moda sostenible: “la ropa no es barata y nos están haciendo creer que sí”.

El panorama actual, por lo tanto, se debate entre un comercio justo en el que prime la sostenibilidad encarnada en la slow fashion o un negocio interesado por las ventas y la fabricación en masa, el cual deja de lado iniciativas como la economía circular. Según la Fundación de Ellen MacArthur, este sistema persigue que “las prendas estén compuestas de materiales renovables”, frente al modelo lineal que se basa en desechar lo que ya no es útil.

  • diapositiva3-1544995465-91.jpg
  • diapositiva1-1544996081-18.jpg
  • diapositiva9-1544996115-34.jpg
  • diapositiva1-1544996130-87.jpg
  • dsc0357-1544214565-26.jpg
  • diapositiva1-1544996141-54.jpg
  • diapositiva4-1544996167-25.jpg
  • diapositiva7-1544996304-40.jpg
  • diapositiva1-1544996336-21.jpg
  • diapositiva1-1544996355-30.jpg
  • diapositiva6-1544997536-25.jpg
  • diapositiva1-1544996401-34.jpg
  • diapositiva5-1544999889-2.jpg
Encuesta sobre Slow Fashion, contraste generacional

No obstante, la slow fashion no causa furor en todos los públicos, pues hay quienes piensan que este tipo de moda, aunque sea de mejor calidad y concienciada con el ecosistema, es demasiado cara e invierte demasiado tiempo. Llama la atención, sobre todo, el contraste entre las generaciones pasadas y las generaciones presentes.

CONTACTO