Amish ante el reto tecnológico

Cuando en 1985 vimos la película “Único Testigo” protagonizada por Harrison Ford, para muchos fue la primera noticia de que existía una comunidad denominada amish. Hace 36 años no teníamos Windows, acababa de inventarse el módem que nos conectaba a la incipiente internet, y el primer móvil nacía con un peso de 5 kilos.

Desde entonces, muchas cosas han cambiado en la sociedad occidental industrializada; nuestra vida poco tiene que ver con la de hace 36 años. La de los amish, por el contrario, apenas ha variado en siglos.

Los amish, según el escritor americano Donald Kraybill, son seguidores de Jacob Amman, quien, en 1693 se apartó de los menonitas para abrazar una forma de entender el cristianismo más integral y restrictiva. Este grupo religioso emigró de Europa hacia América en el siglo XVIII, escapando de la persecución religiosa católica.

La cultura amish fascina a los “profanos” por su espartano modo de vida: forman familias estables y muy numerosas -una media de 7 hijos-, son pacifistas y hablan un dialecto del alemán, el Hoch Dutch. Tampoco tienen electricidad en sus viviendas, visten modestamente, evitan las fotografías, juegan con muñecas sin rostro y no conducen vehículos sino buggies tirados por caballos.

Los amish interpretan literalmente la biblia y de ella extraen que la única forma de acercarse a Dios es eliminar distracciones y focalizarse en la comunidad, la familia y el trabajo duro. Así, consideran que los vehículos a motor les harán alejarse de sus familias, la tecnología les distraerá de sus responsabilidades, las ropas diferenciadas y las fotografías les harán orgullosos, y poseer objetos, egoístas… Aspiran, en definitiva, a conseguir una separación total del mundo acelerado que les rodea.

No podemos evitar preguntarnos por qué deciden voluntariamente alejarse de una vida cómoda. La respuesta la podemos encontrar al observar la existencia sencilla de una familia Old Order (conservadores) amish, la formada por Lizzie e Ira, de la comunidad de Ontario, Canadá. Lizzie, siempre hacendosa, se ocupa de la casa, hijos, nietos y biznietos, cose la ropa, atiende su comercio y organiza las multitudinarias celebraciones familiares y religiosas.

Ira, por su parte, trabaja en el campo, y es un hábil carpintero. En invierno, el lago helado le provee de bloques de hielo suficientes para llenar su habitación frigorífica, con la que conservará frescos los productos de huerta ecológica que vende en su tienda anexa a la casa familiar.

Mary, nombre ficticio, su nieta de 15 años, ha acabado sus estudios en la escuela amish, comparte el duro trabajo de su familia y disfruta jugando al voleibol cada 15 días en su club de jóvenes. Como amish, no tiene acceso a música, móviles o Internet. Reconoce que le gustaría trabajar en una tienda, fuera de la granja. Se acerca a la edad en que debe tomar decisiones trascendentales, como bautizarse en la fe amish o casarse. En su comunidad de Ontario no existe la opción de “probar el mundo” llamada Rumspringa, y, aunque la tuviera, las chicas amish no suelen ejercitar esta libertad que les permitiría viajar, conducir, escuchar música, o conocer gente diversa; en definitiva, probar cómo es la vida de los otros, a quienes ellos denominan english.

Los líderes espirituales de cada comunidad son quienes deciden los detalles concretos que regulan su vida: Un buggy con techo, patinetes y bicicletas, botones y cinturones, agua corriente, un baño en el interior de casa… son lujos que un amish del condado de Adams, Indiana, por ejemplo, no puede permitirse. Nuestra familia de Ontario, por su parte, forma parte de una comunidad algo más permisiva.

Este modo de vida extremo no ha impedido que el número de amish aumente exponencialmente. En el año 1900, la comunidad contaba únicamente con 5.000 miembros  a nivel mundial. En la actualidad son más de 350.000. Los motivos de este crecimiento no los encontramos en que ingresen miembros de fuera de la comunidad. De hecho, son muy escasos los que abandonan su vida moderna para adoptar la austera vida amish -como en su día hizo por amor el yerno de Ira y Lizzie-. El motivo principal es la elevada fecundidad junto con el poder de retención que tienen sobre los jóvenes (hasta hace poco, 9 de cada 10 jóvenes elegía permanecer en la comunidad).

Estados Unidos reúne el 98% de los amish de todo el mundo, según Amish Studies. Entre sus estados, Indiana está en tercer lugar en cuanto a población amish tras Pensilvania y Ohio. El condado de Adams, en Indiana, cuenta con el ratio de amish sobre población total más elevado del país: casi un 30% (10.305 sobre 35.777), y con los ritmos de crecimiento más elevados del país, en torno al 4% anual.

La fotoperiodista Manena Munar ha viajado con su cámara y vivido en países como Estados Unidos, Polonia o Filipinas. Conoce a los amish desde bien joven, cuando residía en Washington D.C: “Es un patriarcado absoluto. En cuanto a sus valores, prevalecen, por este orden: la religión, la comunidad y la familia”. Munar comenta que los jóvenes deciden quedarse en la comunidad porque no están preparados para la vida en el exterior, aunque también porque añoran la vida sencilla en una comunidad acogedora.

De todas formas, puntualiza, el modo de vida de muchos jóvenes del mundo occidental tampoco es ejemplar. Muchos jóvenes sufren dependencia de las redes sociales que, según Munar, “puede ser más peligroso que los amish, los ortodoxos y todos juntos”. La virtud, concluye, está siempre en el punto medio, utilizar la tecnología siempre que nos facilite la vida, al tiempo que buscamos espacios libres de móviles, necesarios para la salud física y el crecimiento personal.

Manena Munar: “Los amish dan prioridad a la religión, la comunidad y la familia, con el hombre como patriarca”. Imágenes de amish de Pensilvania por Manena Munar.

Deanne Mac-Clure y su esposo Aaron son profesores en la escuela pública del condado de Adams, Indiana. Enseñan matemáticas y química al 8º curso, a jóvenes de 13 y 14 años. Algunos de sus alumnos son amish, unos de los pocos que eligen ir a una escuela pública, ya que la mayoría prefiere acudir a sus escuelas exclusivas para amish que cuentan con una profesora en una única habitación, que da clase a varios cursos a la vez.

Mac-Clure relata que los estudiantes amish cursan hasta 8º, aunque recientemente están viendo casos de jóvenes que abandonan el colegio en 7º, por la dificultad de las materias y por no poder compaginar sus estudios con las tareas que deben realizar en sus granjas y campos de cultivo. El absentismo, por la misma razón, es también elevado.

Las familias amish que envían a sus hijos a una escuela pública suelen ser los de mente más abierta de su comunidad, puesto que permiten que se relacionen con otros jóvenes y que utilicen medios tecnológicos como internet. Estos alumnos no reciben clases de informática, ni permiten que su imagen aparezca en el anuario escolar; las tecnologías se utilizan únicamente en clase, ya que en sus casas no disponen de móviles, ni siquiera electricidad. Durante el confinamiento por la Covid-19 en el año 2020, los estudiantes amish han sido los únicos que han seguido acudiendo a las instalaciones escolares para poder estudiar on line.

Mac-Clure constata que el hecho de llevar a sus hijos a una escuela pública genera gran controversia en la comunidad, puesto que, una vez que han aprendido a relacionarse con la sociedad informada y han utilizado la tecnología durante 9 años, se les hace muy difícil renunciar a ella por el resto de su vida.

Es sabido que los amish desean una separación total del mundo, pero entre ellos, necesitan estar conectados. Ello se consigue gracias a periodistas amish como Elisabeth, hija de Ira y Lizzie, quien trabaja como redactora del diario The Budget. El periódico, creado en 1890, es, para muchos, su única fuente de información. Además de informar, formar y entretener, aporta cohesión a una comunidad dispersa y desconectada. En los tiempos del periodismo digital, contra todo pronóstico, un diario en papel prospera gracias a sus fieles lectores.

Para comprobar el impacto que las tecnologías han tenido en la vida de los amish y analizar sus tendencias futuras, acudimos a otro miembro de la familia amish: Matt M. S. nació en Belice y fue adoptado por Lizzie e Ira cuando estos vivían en Honduras, donde estaban llevando a cabo el  proyecto de constituir una nueva comunidad amish. Matt vivió feliz como corresponde a cualquier niño que crece libre en un entorno natural. La familia volvió a Indiana y finalmente se estableció en Canadá. Fue al colegio amish hasta los 14 años, estudios que alternaba con el trabajo en el campo.

Entre 16 y 18 años, sus hermanos y amigos se iban incorporando como miembros activos de la iglesia, no obstante, a Matt el mundo exterior le llamaba y fue retrasando la decisión. Finalmente, con 21 años, y antes de ser bautizado, decidió abandonar la comunidad: “Si me hubiera bautizado, la comunidad me habría rechazado (shunning) y habría perdido la relación con mi familia para siempre”.

Matt hizo su vida en Indiana, se casó y tuvo hijos. Comenzó como carpintero y hoy dirige una empresa en la que trabajan varias familias amish. Eventualmente, reanudó la relación con sus padres y hoy afirma orgulloso: “He llegado a un punto de equilibrio entre ambos mundos muy satisfactorio”.

El uso de la tecnología está afectando profundamente a la sociedad amish. Las empresas la precisan para vender sus productos o servicios y cada vez más amish trabajan con nuevas tecnologías en empresas ajenas o propias. Los móviles acercan, conectan, informan, generan el deseo de conocer, viajar y volar. Los jóvenes se ven atraídos por este mensaje, que poco a poco va erosionando los valores tradicionales amish.

Mientras tanto, en Ontario, Mary se peina el largo cabello ensimismada en su próxima decisión. Lizzie la observa desde su mecedora: “En mis tiempos era todo más sencillo, ahora los jóvenes tienen demasiadas tentaciones”.